Marlon Francisco decanta con esquirlas que punzan, lo que no puede explicarse más que desde la contemplación, de todo lo que sucede en el alud que significa vivir y morir a cada respiro. Lo hace con maestría y con filo. Lo hace como un proyectil para quebrar almas. Esto es la poesía, una hermosa forma de contar lo que dentro hierve, y lo que afuera saca vapor y vaho para los ojos que sangran todas las lluvias del planeta en una sola cascada -comprimida- en el revés de una flor recién abierta; lágrima y trueno, calor y medida, clepsidra y tiempo, ida y vuelta atragantada. Anticitera es la palabra desnuda, tras el fuego y lo calcinado, y también la que arropa, en el vértice más prístino de una fragilidad y una vulnerabilidad que nos incluye como un himno que solamente cantamos en silencio, desde el filo de todas las fracturas; donde hay agua fresca para beberse y morirse en el asombro de los días que son deseo e incendio en una sola llama.