Casa Grande: Escenas de la vida en Chile (Narrativa) (Spanish Edition)

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by Luis Orrego Luco

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Cuando se publicó, en 1908, la primera edición de Casa Grande. Escenas de la vida en Chile, se convirtió en un éxito editorial sin precedentes en Chile. Pero al mismo tiempo, surgieron severas y polémicas críticas, ya que ciertos personajes de la oligarquía chilena se vieron reflejados en la novela. «La sociedad entera se sentía arrastrada por el vértigo del dinero, por la ansiedad de ser ricos pronto, al día siguiente. Las preocupaciones sentimentales, el amor, el ensueño, el deseo, desaparecían barridos por el viento positivo y frío de la voracidad y el sensualismo», escribió Luis Orrego Luco para explicar la temática de su novela. No fue, únicamente, la crítica social la única que se levantó contra Casa Grande. También lo hicieron críticos literarios, como Hernán Díaz Arrieta. Este señaló que la novela estaba repleta de imágenes irónicas o inútiles que la invalidaban como obra de arte. También se sumó la iglesia. La prensa católica, no tardó en combatir lo que consideró una obra inmoral y contraria a los principios religiosos. Vio en las reflexiones sobre la crisis del matrimonio, argumentos en pro del divorcio. Para Orrego Luco el punto de partida de Casa Grande. Escenas de la vida en Chile es la observación y el análisis de la verdad de su época. La trama de la vida es la trama de la novela. El ejercicio literario de Orrego no se reduce a una mera fantasía. En su criterio el autor debe sacudir y conmocionar al lector con el propósito edificante y ético de mejorar la sociedad. Casa Grande Escenas de la Vida en Chile By Luis Orrego Luco Red Ediciones Copyright © 2015 Red Ediciones S.L. All rights reserved. ISBN: 978-84-9007-895-2 Contents CRÉDITOS, 4, PRESENTACIÓN, 9, PRESENTACIÓN, 11, PRIMERA PARTE, 13, SONATA DE PRIMAVERA, SEGUNDA PARTE, 87, TERCERA PARTE, 201, CUARTA PARTE, 235, LIBROS A LA CARTA, 319, CHAPTER 1 SONATA DE PRIMAVERA I Alegre, como pocas veces, llena de animación y de bulla, se presentaba la fiesta de Pascua del año de gracia de 190 ... en la muy leal y pacífica ciudad de Santiago, un tanto sacudida de su apatía colonial en la noche clásica de regocijo de las viejas ciudades españolas. Corrían los coches haciendo saltar las piedras. Los tranvías, completamente llenos, con gente de pie sobre las plataformas, parecían anillos luminosos de colosal serpiente, asomada a la calle del Estado. De todas las arterias de la ciudad afluían ríos de gente hacia la grande Avenida de las Delicias, cuyos árboles elevaban sus copas sobre el paseo, en el cual destacaban sus manchas blancas los mármoles de las estatuas. Y como en Chile coincide la Noche Buena con la primavera que concluye y el verano que comienza, se deslizaban bocanadas de aire tibio bajo el dosel de verdura exuberante de los árboles. La alegría de vivir sacude soplo radiante de sensaciones nuevas, de aspiraciones informes, abiertas como capullos en esos momentos en que la savia circula bajo la vieja corteza de los árboles. El río de gente aumentaba hasta formar masa compacta en la Alameda, frente a San Francisco. A lo lejos se divisaba las copas de los olmos envueltas en nubes de polvo luminoso y se oía inmenso clamor de muchedumbre, cantos en las imperiales de los tranvías, gritos de vendedores ambulantes: — ¡Horchata bien helaa! — ¡Claveles y albahaca pa la niña retaca! ... Aumentaban el desconcertado clamoreo muchachos pregonando sus periódicos; un coro de estudiantes agarrados del brazo entonando «La Mascotta»; gritos de chicos en bandadas, como pájaros, o de niñeras que los llamaban al orden; ese rumor de alegría eterna de los veinte años. Y por cima de todo, los bronces de una banda de música militar rasgaban el aire con los compases de «Tanhauser», dilatando sus notas graves entre chillidos agudos de vendedoras que pregonaban su mercadería en esa noche en que un costado entero de las Delicias parece inmensa feria de frutas, flores, ollitas de las monjas, tiendas de juguetes, salas de refresco, ventas de todo género. Cada tenducho, adornado con banderolas, gallardetes, faroles chinescos, linternas, flecos de papeles de colores, ramas de árboles, manojos de albahaca, flores, tiene su sello especial de alegría sencilla y campestre, de improvisación rústica, como si la ciudad, de repente, se transformara en campo con los varios olores silvestres de las civilizaciones primitivas, en medio de las cuales se destacara súbita la nota elegante y la silueta esbelta de alguna dama de gran tono confundida con estudiantillos, niñeras, sirvientes, hombres del pueblo, modestos empleados, en el regocijo universal de la Noche Buena. — ¡Claveles y albahaca pa la niña retaca! ... Y sigue su curso interrumpido el río desbordado de la muchedumbre bajo los altos olmos y las ramas cargadas de farolillos chinescos, entre la fila de tiendas rústicas, cubiertas de pirámides de frutas olorosas, de brevas, de duraznos pelados, damascos, meloncillos de olor. Las tiendas de ollitas de las monjas, figurillas de barro coci
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