El temor es devastadoramente real. Todos nosotros -- en algún momento u otro -- lo hemos experimentado. De hecho, aproximadamente una de cada diez personas ha tenido una situación crítica al menos una vez en su vida. Sean grandes o pequeñas, las cosas a las que tememos nos parecen insuperables, pero en realidad no lo son. Dile adiós a tus temores nos enseña que cuanto más te enfrentes a tus miedos, tanto más puedes entenderlos y tanto más fácilmente derrotarlos. Partiendo de su propia experiencia, Marcos Witt lleva a los lectores a comprender con claridad el cumplimiento de la Palabra de Dios como un puente para tener una vida de victoria y libertad, sin temores. "Marcos Witt les regala un mensaje de amor y fe. Recomiendo este libro a todo aquel que quiera aprendar a disfrutar de la vida y a vivir libre de miedos". -- Padre Alberto Cutié, autor del libro Ama de verdad, vive de verdad "Marcos es un amigo entrañable y uno de los mejores músicos y predicadores de la palabra de Dios". -- Franklin Graham, Presidente de Billy Graham Evangelistic Association Marcos Witt nació en San Antonio, Texas. Ha ganado tres Grammys Latinos por el Mejor Álbum de Música Cristiana, millones de personas asisten a sus conciertos cada año. Él es el pastor principal de la congregación hispana de la Iglesia de Lakewood, Texas. Witt y su esposa, Miriam, quien también es pastora en la Iglesia de Lakewood, tienen cuatro hijos. Para más información sobre el autor, visite www.marcoswitt.net. CAPÍTULO UNO Entenderlo para conquistarlo A nada en la vida se le debe tener miedo. Sólo debe entenderse. M. C URIE SERPIENTES Y ESCALERAS La sensación que sentí fue mucho más que simple miedo o espanto: ¡fue puro PAVOR! Era una noche similar a todas en la que se acercaba la hora de subir al dormitorio que compartía con mis dos hermanos para dormir. Habíamos cenado y después de ayudar en algunos de los quehaceres de la casa me dispuse a subir las escaleras que llevaban a nuestra habitación. No era una casa grande. Vivíamos ahí mis papás, mis dos hermanos, mis hermanas gemelas y yo. Sólo tres recámaras y un baño y medio. Mis hermanas compartían una habitación en la planta baja al lado del dormitorio de nuestros papás. En la segunda planta había un salón grande, que usábamos para jugar, leer o estudiar. Típicamente, esta pieza es lo que llamarían la «sala de TV», pero en mi casa, no había televisor. Atravesando por ese salón se llegaba a la puerta que conducía a nuestra recámara, con un medio baño y las literas donde dormíamos mis hermanos y yo. Para subir a la segunda planta, había que abrir una puerta, que se encontraba a un costado de la cocina, y subir unas escaleras. Éstas no eran más que grandes tablas de concreto marmoleado, puestas sobre unas repisas de hierro. Entre cada escalón, se alcanzaba a ver la oscuridad debajo de las escaleras, que era un espacio donde mi mamá guardaba artículos que no eran de uso diario. Pocas veces teníamos acceso a ese espacio y tampoco teníamos muchos deseos de entrar. Una noche, abrí con total confianza la puerta que daba a la segunda planta, notando que la luz del pasillo estaba apagada. No pensé nada al respecto porque sabía que había un apagador al lado de la escalera que yo podía prender para que hubiese luz. Lo que pasó a continuación es algo que se me ha quedado grabado en la mente por el resto de mi vida. Cuando puse mi pie en ese primer escalón, sentí un movimiento debajo de la escalera que hizo que mis ojos se dirigieran a esa oscuridad. Mi corazón comenzó a palpitar más rápidamente ya que pude darme cuenta de que algo estaba fuera de lo normal. De pronto vi una mano que se extendía de entre los peldaños de la escalera y se asía fuertemente de mi tobillo. Pegué un grito despavorido que seguramente se escuchó alrededor de toda la cuadra. Mis dos hermanos se habían escondido entre las cajas que estaban debajo de la escalera y habían esperado pacientemente hasta que yo apareciera, para llevar a cabo su travesura de terror. De esa ocasión a la fecha han pasado 32 años (al escribir esta historia tengo 43 años y eso me sucedió a los 11) y aún puedo sentir la angustia de ese horrible momento. Me desplomé al piso. Mi cuerpo se sacudía como hojas en el viento, mi aliento era rápido y escaso, y el corazón me latía a mil por hora. Lo único que se escuchaba más fuertemente que el latir de mi corazón eran las risas de mis hermanos a los que les había parecido muy graciosa su maldad. Puedo asegurar que pocas veces en mi vida había sentido tal pánico absoluto. Después de ese incidente, subía esas escaleras con cierta angustia y me aseguraba, antes de escalar, que no había nadie debajo de ellas para espantarme. Todos tenemos nuestras propias historias, ¿no es cierto? Momentos vividos, recuerdos tenebrosos, segundos de pánico y angustia total. En la vida, todos tenemos miles de oportunidades de enfrentarnos al temor. No hay manera de evitarlo. Es parte de nuestro diario vivir. Sin embargo, lo q