Third grader Richard and his friends are just four days away from setting a record for excellent behavior and earning a classroom pizza party when disaster strikes—their beloved teacher is out sick, and the strictest, meanest substitute has taken her place! Not even the best-behaved kid can live up to this sub’s impossible standards. Will their dreams of pizza be dashed after all their hard work? Richard y sus amigos están a tan solo cuatro días de marcar un récord por su excelente comportamiento y de ganar una fiesta de pizzas en el aula cuando ocurre el desastre: su adorada maestra se enferma y ocupa su lugar el suplente que es estricto y malo. ¿Se frustrarán sus sueños de una fiesta de pizzas cuando el suplente sospeche que algunos han estado haciendo trampa? Karen English is a Coretta Scott King Honor Award-winner and the author of It All Comes Down to This, a Kirkus Prize Finalist, as well as the Nikki and Deja and The Carver Chronicles series. Her novels have been praised for their accessible writing, authentic characters, and satisfying storylines. She is a former elementary school teacher and lives in Los Angeles, California. Laura Freeman received her BFA from the School of Visual Arts in New York City and began her career illustrating for various editorial clients. Laura has illustrated many fine children’s books over the years, including Fancy Party Gowns: The Story of Fashion Designer Ann Cole Lowe , written by Deborah Blumenthal, and the Coretta Scott King Honor Book Hidden Figures: The True Story of Four Black Women and the Space Race , by Margot Lee Shetterly. Laura now lives in Atlanta, Georgia, with her husband and their two children. Find out more about Laura at lfreemanart.com. Uno “Estúpido” no es una mala palabra Los chicos de la Sala Diez de la Escuela Primaria Carver (excepto Ralph Buyer, quien otra vez está ausente) están parados en fila, rectos como soldados, mirando hacia adelante, con las bocas cerradas. Están esperando que la maestra los vaya a buscar al patio. Es lunes, decimosexto día de excelente comportamiento en la formación. Cuatro días más de comportamiento perfecto en la formación de la mañana y tendrán una fiesta de pizzas. Su maestra, la señora Shelby-Ortiz, se lo ha prometido. Y ella siempre cumple sus promesas. Así que esperan, con los brazos a los costados, sin goma de mascar en la boca, con los labios bien juntos para que no se les escape ni una palabra. Bueno, Richard puede ver que Calvin Vickers mueve los hombros de vez en cuando, algo que entiende perfectamente porque, de pronto, él también se siente un poquitito ansioso. Richard desearía poder correr en el lugar, al menos un poco. Es difícil mantenerse en esta posición de inmovilidad. Echa un vistazo a las puertas dobles del edificio principal, que están cerradas. Son las puertas por las que suele salir la señora Shelby-Ortiz cuando los va a buscar al patio. La mayoría de los maestros ya han retirado a sus alumnos y van en esa dirección, al frente de sus filas, pero casi todas son filas irregulares, observa Richard. No son filas derechas. No van en silencio. No todos llevan las manos a los costados. Ve que Montel Mitchell jala del borde de la chaqueta de Brianna. Ella se da vuelta y le grita algo, y su maestra continúa dirigiéndolos hacia el edificio principal como si ni siquiera se hubiera dado cuenta. A Richard se le escapa una pequeña carcajada. Está feliz de que la Sala Diez haya superado a todas las demás filas durante los últimos dieciséis días. Está feliz de haber hecho su contribución. La pequeña sonrisa de su rostro se congela cuando, de pronto, escucha que alguien habla entre dientes. Es Yolanda. —¿Qué estás haciendo ? —susurra ella. —Nada —responde él, también en un susurro. —No estás bien derecho, y puedo escuchar que te estás riendo de algo. Él se pone bien recto. —Sí estoy bien derecho. Esto llama la atención de Antonia, la “santita” de la clase, y ella les dice con una voz un poquito más elevada que un susurro: —No deberían estar hablando. ¿Pueden callarse la boca, por favor? Entonces Carlos, quien está adelante de ella, se mete: —Uy, ¡dijiste una mala palabra! Se da vuelta casi del todo para darle su opinión cara a cara. —No dije una mala palabra —replica Antonia con su voz normal—. Es solamente una mala palabra en la escuela. Fuera de la escuela, nadie piensa que callarse la boca sea una mala palabra. Deja se incorpora a la charla, pero mantiene la cabeza hacia adelante y habla en voz baja. —Estamos en la escuela. Por eso callarse la boca sí es una mala palabra. —Y también estúpido —agrega Nikki—. No se olviden de estúpido. —No en el mundo común —responde Antonia. Luego exhala un largo, largo suspiro, mientras cierra los ojos y lleva la cabeza un poco hacia atrás, como si necesitara de toda su paciencia con sus compañeros. —La palabra