Una historia conmovedora de sabiduría común del autor del libro de gran éxito de ventas El regalo del viajero. Orange Beach, Alabama es un pueblo sencillo lleno de gente sencilla. Pero todos tienen su buena porción de problemas: matrimonios que están al borde del divorcio, adultos jóvenes que se dan por vencidos en la vida, empresarios al borde de la bancarrota y muchos de los otros obstáculos que la vida reparte a las masas. Afortunadamente, cuando las cosas se ven más oscuras un misterioso anciano llamado Jones tiene una manera milagrosa de aparecer. Comunicando lo que él llama "un poquito de perspectiva", Jones explica que se le ha dado el don de notar cosas que otros pasan por alto. En sus interacciones sencillas, Jones habla a aquella parte en todos nosotros que anhela entender por qué suceden las cosas y qué podemos hacer al respecto. Basada en una extraordinaria historia real, La maleta mezcla hermosamente la ficción, alegoría e inspiración. Aclamado por un reportero del New York Times como «alguien que se ha convertido discretamente en una de las personas más influyentes en América», Andy Andrews es un novelista best seller , conferencista y consultor de las empresas y organizaciones más importantes del mundo. Ha hablado a petición de cuatro presidentes de Estados Unidos y recientemente se dirigió a los miembros del Congreso y sus cónyuges. Andy es autor de tres best sellers del New York Times . Él y su esposa, Polly, tienen dos hijos. La MALETA A veces, todo lo que necesitamos es un poco de perspectiva By ANDY ANDREWS Thomas Nelson Copyright © 2009 Andy Andrews All right reserved. ISBN: 978-1-60255-286-9 Chapter One Su nombre era Jones. Al menos, as es como yo le llamaba. No <> Jones ... slo Jones. l me llamaba <> o <>. Y rara vez le escuche llamar a alguna otra persona por nombre tampoco. Siempre era jovencito o jovencita, nio o hijo . l era un hombre viejo, pero con la clase de vejez que es dificil de cuantificar. Tena sesenta y cinco u ochenta -o ciento ochenta aos de edad? Y cada vez que lo vea, l tena cerca una maleta vieja de color caf. Yo? Yo tena 23 aos cuando lo vi por primera vez. l me tendi la mano, y por alguna razn, le tend la ma. Mirando hacia atrs a ese momento, pienso que el acto en s fue un pequeo milagro. En cualquier otro tiempo, y con cualquier otra persona, al considerar mis circunstancias, me hubiera encogido de miedo o hubiera empezado a tirar puetazos. Yo haba estado llorando y me imagino que l me oy. Mis llantos no eran de esos sollozos amortiguados de soledad o gemidos de malestar -aunque ciertamente estaba solo e incmodo- sino que eran un gemido angustioso que un hombre slo suelta cuando est seguro de que no hay nadie a su alrededor que pueda escucharle. Y yo estaba seguro. Equivocado, obviamente, pero seguro. Al menos tan seguro como alguien que se hubiera quedado a dormir otra noche debajo de un muelle, pudiera estar. Mi madre haba fallecido de cncer unos cuantos aos atrs, un evento trgico que fue empeorado poco despus por mi padre, quien, por no haber usado su cinturn de seguridad, sigui a mi madre al ms all por medio de un accidente automovilstico, que de otro modo hubiera podido sobrevivir. Una cuestionable decisin tras otra, durante la confusa secuela de lo que vi como <>, luego de un par de aos me hall en la Costa del Golfo, sin hogar, sin auto, o medios financieros para obtener ni lo uno ni lo otro. Yo trabajaba -mayormente limpiando pescado en los muelles o vendiendo cebo a los turistas- y me baaba en la playa o nadando en la piscina de uno de los hoteles hasta quedar limpio. Si se pona fro, siempre haba un garaje abierto en una de las tantas casas de verano vacas que estaban alrededor de la playa. Pronto aprend que la gente rica (cualquiera que fuera dueo de una casa de verano), a menudo tena una refrigeradora o una congeladora extra funcionando en el garaje. Estas no slo eran excelentes recursos de corrida expirada y de bebidas, sino que adems trabajaban casi igual que un calentador si me acostaba cerca del aire caliente que sala por debajo. Sin embargo, la mayora de las noches, prefera estar en mi <> debajo del muelle del parque estatal del Golfo. Excav un hoyo grande y lo allane justo hasta donde el concreto se una con la arena. Imagnate un cobertizo monstruoso, espacioso, completamente fuera de la vista, y tan seco como cualquier cosa que est en la playa. All dejaba las pocas pertenencias que posea -en su mayor parte, aparejos de pesca, camisetas y pantalones cortos- muchas veces por varios das seguidos y nunca me las robaron. Honestamente, no pensaba que alguien supiese que dorma all -y por eso me sorprend tanto cuando alc la cabeza y vi a Jones. -Ven ac, hijo -me dijo-, extendindome la mano-. Ven hacia la luz. Camin hacia l arrastrando los pies y agarrando su mano derecha con la ma, y entr relajadamente hacia el suave resplandor irradiado por las lmparas de vapor de sodio que estaban encima del muelle.