Love, Amalia

$7.99
by Alma Flor Ada

Shop Now
Amalia deals with loss while learning about love and her cultural heritage in this tender tale from acclaimed authors Alma Flor Ada and Gabriel M. Zubizarreta. Amalia’s best friend Martha is moving away, and Amalia is feeling sad and angry. And yet, even when life seems unfair, the loving, wise words of Amalia’s abuelita have a way of making everything a little bit brighter. Amalia finds great comfort in times shared with her grandmother: cooking, listening to stories and music, learning, and looking through her treasured box of family cards. But when another loss racks Amalia’s life, nothing makes sense anymore. In her sorrow, will Amalia realize just how special she is, even when the ones she loves are no longer near? From leading voices in Hispanic literature, this thoughtful and touching depiction of one girl’s transition through loss and love is available in both English and Spanish. Alma Flor Ada, an authority on multicultural and bilingual education, is the recipient of the 2012 Virginia Hamilton Literary Award, and in 2014 she was honored by the Mexican government with the prestigious OHTLI Award. She is the author of numerous award-winning books for young readers, including Dancing Home with Gabriel Zubizarreta, My Name Is María Isabel , Under the Royal Palms (Pura Belpré Medal), Where the Flame Trees Bloom , and The Gold Coin (Christopher Award Medal). She lives in California, and you can visit her at AlmaFlorAda.com. Gabriel M. Zubizarreta draws from his experiences of raising his three wonderful daughters in his writing. He hopes his books will encourage young people to author their own destinies. He coauthored Love, Amalia and Dancing Home with Alma Flor Ada. Gabriel lives in Northern California with his family and invites you to visit his website at GabrielMZubizarreta.com. —¿Qué te pasa, Amalia? ¿Qué es lo que te preocupa? La abuela quitó del fuego la olla en la que había hervido la miel, para que se enfriara un poco. Luego se secó la frente con un pañuelo de papel y miró a su nieta. Por la pequeña ventana sobre el fregadero entraba la luz del atardecer. Los geranios, en varias macetas, añadían una nota de tenue color rosado. —Estás muy callada, hijita. Dime lo que te preocupa—insistió su abuela—. Se ve que te pasa algo. —No me pasa nada, abuelita, de verdad, estoy bien. . . . Amalia trató de usar un tono convincente, pero la abuela continuó: —¿Es porque Martha no ha venido contigo hoy? ¿Está bien? Hacía tiempo que Amalia tenía la costumbre de ir a la casa de su abuelita los viernes por la tarde. Durante los dos últimos años, desde que empezaron el cuarto grado, su amiga Martha la acompañaba. A lo largo de la semana Amalia esperaba con ilusión ese momento. Pero hoy era diferente. Se demoró antes de contestar: —Ya no va a venir, abuelita. ¡Nunca más! A pesar de sus esfuerzos, la voz se le quebró y algunas lágrimas se asomaron a sus ojos castaños. —Pero ¿por qué, hijita? —preguntó su abuela con un tono cálido. La abrazó con cariño y esperó a que su nieta le explicara lo que sucedía. Amalia sacudió la cabeza con un gesto frecuente en ella cuando estaba cansada. Y el pelo largo le barrió los hombros. Solo entonces respondió: —Martha se va. Su familia se muda al oeste, a algún sitio en California. ¡Tan lejos de Chicago! Hoy se fue a la casa directamente desde la escuela para empacar. ¡No hay derecho! —Tiene que ser muy difícil para ti. Su abuelita había hablado con una voz llena de comprensión, y Amalia suspiró. Se quedaron en silencio por un momento. La luz del sol, cada vez más tenue, se iba apagando, y la miel, que había hervido por tanto rato, iba enfriándose y convirtiéndose en una masa oscura cuyo aroma llenaba el aire de la cocina. —¿Qué te parece si estiramos la melcocha? —preguntó la abuela mientras levantaba la vieja olla de bronce y la ponía sobre la mesa de la cocina. Luego echó la pegajosa melcocha en un tazón de porcelana gruesa con un borde amarillo brillante. Amalia había imaginado alguna vez que ese tazón era como un pequeño sol en la cocina. Pero hoy estaba demasiado disgustada y veía apenas una pesada vasija sin asas. Se lavaron las manos cuidadosamente en el fregadero y se las secaron con un pañito de cocina. Cada paño tenía bordado en punto cruz un día de la semana con un color distinto. Y su abuela siempre elegía el del día correspondiente. En el que estaban usando podía leerse VIERNES en un profundo azul marino. Con esos paños, la abuelita le había enseñado los días de la semana y el nombre de los colores en español. Con frecuencia Amalia se sorprendía al darse cuenta de todo lo que había aprendido de su abuela. Cuando se hubieron secado las manos, se las untaron de mantequilla para impedir que la melcocha se les pegara en los dedos o les quemara la piel. Con una cuchara grande de madera, la abuela echó una porción para cada una de la melcocha que se enfriaba en el tazón. A medida que la estiraban y la amasaban una y otra vez,

Customer Reviews

No ratings. Be the first to rate

 customer ratings


How are ratings calculated?
To calculate the overall star rating and percentage breakdown by star, we don’t use a simple average. Instead, our system considers things like how recent a review is and if the reviewer bought the item on Amazon. It also analyzes reviews to verify trustworthiness.

Review This Product

Share your thoughts with other customers