“Vivo sin querer de mis bienes y muero sin vivir”: así declara una voz que se reconoce frágil y luminosa, cercada por la nostalgia y, sin embargo, empecinada en el júbilo . En estas páginas, Nora Zayas Loynaz organiza su memorama con paciencia de alquimista: piezas que al ensamblarse muestran la respiración de una ciudad, el rezo de un cuerpo, la obstinación del cariño. La Habana, esa “pena vieja” que todavía nos mira desde los portales; la patria, con su mezcla de aguacate y salitre; la mujer que conversa con su sombra y le ofrece pan a su propia sed; el amor—ese jabalí tierno—que embiste y acaricia. Nora escribe como quien abre una ventana en mitad del naufragio: la intemperie se vuelve casa . Su lenguaje es una mezcla de salmos y patios, de refranes invertidos y chispas metafísicas; cada poema es una esquina donde lo doméstico se vuelve ceremonia. No hay aquí retórica de museo: hay barrio, hay música de hamaca y de marea baja, hay humor, hay desvelo y una delicada ferocidad. Este libro es para quien ha sentido el vértigo de olvidar sin querer y ha descubierto que la única manera de recordar de veras es amar : amar el error, el viaje, la grieta; amar la palabra que llega demasiado tarde y, por eso mismo, nos salva. Memorama del olvido no es un álbum de estampas: es un organismo vivo. Lo cierras y aún respira. Lo vuelves a abrir y te reconoce. En Memorama del olvido , Nora Zayas Loynaz levanta un mapa sentimental hecho de relámpagos breves: estampas de La Habana que arde en la memoria, amores que se nombran como si fueran estaciones del alma, y una patria que a veces cabe en la palma de la mano y otras veces nos exilia dentro del propio cuerpo. Poemas como “Nube de plomo”, “Poema de La Habana”, “Patria” o “La invitación al vino” trazan una geografía íntima donde cada verso es una ficha del juego: al darle vuelta, aparece una imagen, al tocarla, se enciende una pregunta. Este memorama no busca recordar para inmovilizar, sino para reanimar: el pasado late en presente, la herida canta, y el deseo—terrestre, cotidiano, nocturno—aprende a decir su nombre sin pedir permiso. Libro de travesía y de claridades, de ferias interiores y de puentes invisibles, su poesía funda una casa que es a la vez puerto y tempestad. Eduardo René Casanova Ealo