La novela Vendaval en los cañaverales (1937) de Alberto Lamar Schweyer espacializa a la aristocracia cubana para hacerla confluir con la corporación azucarera: el propietario Goldenthal se pasea en su yate por las costas de Brasil, el inversionista Ducker mantiene una conversación desde su oficina en uno de los rascacielos del Financial District de Nueva York, Kenyon y McDonall ejercen de burócratas de la compañía en la isla, Oscar Arias y Márquez se ocupan de dar órdenes en el cañaveral. Los personajes de Vendaval en los cañaverales se mueven como piezas desengranadas, aunque cómplices de la maquinación de Goldenthal Sugar Company. Vendaval en los cañaverales quizás pueda leerse como un ejercicio de autocrítica por parte de una inteligencia comprometida con la fatalidad del aventurismo político en el seno de una historicidad desorientada tras la pérdida de su destino. Si Vendaval nos sigue interesando todavía hoy, más allá de su inscripción en su particular momento histórico, esto se debe a la proyección de una mirada sobre el cuerpo fracturado de una nación tardía. Y es en este sentido temporal que su actualidad pertenece no solo al pasado sino también al presente. Alonso de Contreras (Madrid, 6 de enero de 1582-1641). España. Militar, corsario y escritor español, escribió su Vida quizá a instancias de su amigo Félix Lope de Vega. De origen humilde, Alonso de Guillén Contreras tomó el apellido de su madre al entrar en el ejército. Muy joven acuchilló de muerte a un compañero de estudios y cumplió un año de destierro en Ávila. Después sirvió como criado en casa de un platero, pero su carácter rebelde lo llevó, a los catorce años, a alistarse en el Ejército de Flandes, hacia donde partió el 7 de septiembre de 1597. Pronto abandonó su unidad para dirigirse a Palermo y embarcarse en las galeras de Pedro de Toledo, que luchaban contra los turcos y los piratas berberiscos. En 1601 recibió el mando de una fragata y se le encomendó vigilar las islas griegas y espiar las actividades de los turcos, cuya lengua llegó a dominar. Alternó estas actividades con el ejercicio del corso. Durante una estancia en España, en la que intentó sin éxito hacer carrera en la Corte, se retiró al Moncayo como ermitaño, y allí fue juzgado por estar en connivencia con los moriscos (se le acusaba de ser el jefe o rey secreto de una conspiración). Aunque salió absuelto, fue perseguido hasta que partió de nuevo para Flandes, en donde sirvió como oficial. Más tarde consiguió licencia para volver al Mediterráneo, con una recomendación para el Maestre de la Orden de Malta. En 1611 recibió otra vez el mando de un navío e ingresó en la Orden como novicio. Se casó en Italia y, engañado por su mujer, la asesinó junto a su amante. Alcanzó el grado de capitán de infantería, participó en una expedición a las Indias Occidentales y fue corsario en el Caribe contra sir Walter Raleigh, al que llamó Guatarral. En 1616 regresó a España para volver a la persecución de piratas berberiscos, lo que le valió que los turcos pusieran precio a su cabeza. Durante un tiempo fue gobernador de la ciudad de Águila, al norte de Italia. También asistió a una erupción del Vesubio y salvó a un convento de monjas del desastre. En 1630 se retiró y escribió sus memorias, publicadas en 1900.